Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Hacer el bien nos hace bien, expresa una frase de la sabiduría popular. Sabiendo esto, San Pablo exhorta a los primeros cristianos pidiendo que “no nos cansemos de hacer el bien” (Carta a los Gálatas 6, 9). Hoy quiero aplicar especialmente esta enseñanza para nuestros catequistas. Gracias a su generosidad y entrega la Buena Noticia del Amor de Dios llega a mucha gente, aunque debemos reconocer que a unos cuantos quedan sin el pan de la Palabra.
Deseo hacer mías las palabras de cariño y gratitud del Apóstol San Pablo a hombres y mujeres de las primeras comunidades de fe cristiana: “Cada vez que me acuerdo de ustedes doy gracias a mi Dios, y siempre que ruego en mi oración por todos ustedes lo hago con alegría, porque desde el primer día hasta hoy han participado en la difusión del Evangelio” (Carta a los Filipenses 1, 3-5).
Los catequistas tienen la hermosa vocación y misión de llevar a sus compañeros de ruta al Encuentro con Jesús en la Comunidad cristiana. No es iniciativa privada, sino una misión que se te confía con otros hermanos y hermanas.
La pandemia ha trastocado nuestros planes y proyectos tanto personales como familiares y comunitarios. También ha llegado al corazón de la catequesis. En la mayoría de las comunidades se ha producido una disminución en la cantidad de catequistas, con el consiguiente recargo en quienes han perseverado. No nos dejemos vencer por el desaliento o la ansiedad. Jesús nos advirtió de la desproporción de la misión a la cual nos envía: “la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos” (Lc 10, 2). Pero continúa dándonos una indicación “rueguen al dueño que envíe trabajadores para su cosecha”. Confiemos y recemos. Pidamos en las oraciones de las misas y en otros espacios por el aumento de las vocaciones a la catequesis. La misión es iniciativa de Jesús. Creamos en Él.
Es importante volver a lo esencial. ¿Cómo hacemos para llegar, aun con nuestras fragilidades, a los niños, jóvenes y adultos con el mensaje de Jesús? Sabemos muy bien que no se trata de resignarse con pesimismo agrio; nunca bajar los brazos. El fuego de la pasión por anunciar a Jesús jamás se apaga en el corazón de quien es catequista de alma. Cada 21 de agosto conmemoramos a San Pío X, Patrono de la catequesis, y encomendamos de modo particular a quienes desarrollan este servicio fundamental en las comunidades.
Estamos recuperando la riqueza de la presencialidad después de habernos ejercitado con unos pocos en la virtualidad. Pero las cosas ya no son como antes ni lo volverán a ser. Vivimos en una cultura de cambios constantes y acelerados. Los cambios nos producen inseguridad y, ante esto, corremos el peligro de querer aferrarnos a recetas viejas y conocidas. Estamos seguros de que el desafío más grande al que tenemos que responder es ser catequistas innovadores para que la catequesis no sea una isla en el continente de nuestros niños, jóvenes y adultos. Para ello, hace falta aprender “nuevos lenguajes”. No podemos dar por supuesto que los que nos escuchan conocen el trasfondo de lo que queremos transmitir. A veces llegamos con respuestas prefabricadas a personas que no se hicieron esas preguntas. El mensaje es siempre el mismo. Pero debemos transmitirlo con un lenguaje nuevo que despierte la atención y el interés en el que lo recibe.
Debemos asumir el desafío de hacer que nuestra catequesis sea profundamente kerigmática y misionera. En este sentido nos dice el Papa Francisco: “No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y que permite comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la catequesis. Es el anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena” (Evangelii gaudium 165).
Necesitamos catequistas dóciles al Espíritu y que le den primacía a la gracia, dispuestos a recorrer nuevos caminos; crear nuevos espacios; asumir los desafíos de los nuevos tiempos. Es el Espíritu el que nos dará un corazón y una mentalidad nueva para hacer resplandecer siempre y con claridad el mensaje de Jesús.Y que ese mismo Espíritu haga crecer siempre en el corazón la pasión por la catequesis.
Hagamos memoria de quienes han sido nuestros catequistas en los diversos momentos de la vida, y demos gracias a Dios.
Hoy en Argentina los niños tienen su día. Ellos son el futuro de nuestro mundo pero en chiquito. Se merecen siempre ser amados en el seno de sus familias; recibir buena alimentación, educación y salud; jugar en entornos serenos y de fluida socialización. Los niños merecen respeto, valoración y oportunidades para ser felices. Los más “peques” del reino tienen un lugar de privilegio en el corazón de Jesús. Mando mi bendición para cada niño y niña en este día.