NOTA de OPINIÓN por Rafael Ibañez.
En primer lugar quise esperar a que terminara oficialmente el acto electoral para expresar estas ideas que vienen rondando hace tiempo en mi cabeza. Entendiendo que hacerlo antes no era correcto y la intención también era decirlo sin saber los resultados, sin conocer si ganaron los del “que se destruya todo” o los que tienen “miedo a la barbaridad”.
Independientemente de ello, ha comenzado una nueva etapa y ya no puede haber más condescendencia ni silencios, el gobierno que se va engañó a sus votantes, defraudó a las mayorías y le hizo el caldo gordo a lo más rancio y repugnante de la política.
Muchos terminaron preguntándose cómo puede ser que una expresión antiargentina, irracional y violenta como MIlei haya llegado hasta aquí.
Mientras, ante la embestida de este sector extremista, el discurso oficial se centró en mostrar a Milei como un incapacitado para gobernar, un desequilibrado que está en contra de la educación pública, que piensa que el mercado es lo más importante y no importa lo que se venda. Puede ser droga, armas, un riñón. Mientras haya renta y alguien se enriquezca, está bien y el que sea pobre, que se embrome. Una persona que quiere abolir «todos los derechos conquistados con lucha y esfuerzo durante tantos años».
Y está perfecto preguntárselo, por supuesto. Ahora bien, hay algo que no por casualidad no se plantea: ¿qué hicimos para que esto suceda?.
Porque si no es muy fácil decir que la culpa es de los otros, de los que están en contra de la mayoría de la gente, del enemigo de la nación, del antiperonismo, de los medios y así sucesivamente incluyendo a Macri y el FMI, entre otros.
Bien, ellos son responsables, pero, ¿Y nosotros? Algo se hizo mal, ya que teniendo una serie de elementos políticos, económicos, estatales, partidarios, que podrían haber frenado este avance ideológico tremendo de los sectores que plantean un capitalismo lo más salvaje posible y que les importan un carajo las personas, la sociedad y la Patria.
El siguiente es un extenso punteo, no necesariamente ordenado, de conceptos que necesitaba expresar aunque no gusten, aunque duelan o den bronca, y que pongo a consideración sin pretender que sean únicos o abarcadores del todo.
De arranque: un párrafo que describe una realidad tangible y objetiva.
– Hoy tenemos la mayor desigualdad con el mayor índice de pobreza, mientras gobierna un frente del pan-peronismo y aliados.
El Frente de Todos abarca sectores del peronismo conservador, progresistas, kirchneristas, izquierdas clásicas, movimientos sociales y sindicatos. Juntos al frente de una coalición de gobierno que ondea una realidad que está muy lejos de aquella redistribución de ingresos y justicia social que se supone está en la base de este espacio.
Notas sobre algo de la espuma visible y sus fenómenos políticos.
– Durante mucho tiempo hubo una negación de la situación real con una burda y caricaturesca narrativa. Además no se asumió la responsabilidad política de la coalición llamada Frente de Todos.
Nunca se mostró unido, nunca hubo foto de los tres sectores líderes reunidos y jamás hubo algo que demuestre que pudieron acordar algo, menos un proyecto o programa de gobierno.
– La miseria política y el sostenimiento del espacio propio (léase captura de “cajas y cargos”) primó siempre. Ninguno de los tres sectores está exento de esta dinámica.
Lo curioso es que el kirchnerismo se mostró siempre distante de la Casa Rosada con un “no tenemos nada que ver con la lapicera” mientras manejaba ministerios, secretarías de estado, empresas estatales, bloques legislativos y diferentes áreas de mucho peso.
Es este el sector que mayor responsabilidad política debería haber asumido, no solamente porque es el impulsor del FdT, sino porque hace gala de su coherencia como vanguardia ideológica y política, lo que suponía que si no estaba de acuerdo debería haber soltado las “cajas ministeriales” por no coincidir con Fernández y constituirse como una fuerza de contralor, leal a sus convicciones, dentro del FdT, debatiendo abiertamente sin romper y sin ser oposición. Al menos algo parecido a lo que hizo la izquierda tradicional española en su coalición con el PSOE.
Sí, es verdad que Cristina advirtió muchas veces, bajó linea con conceptos claros y definiciones precisas y exquisitas, políticamente adecuadas, económicamente ciertas e ideológicamente impecables, pero todo con una narrativa que la situaba como alguien de «afuera». Retó a Fernández y sus funcionarios muchas veces, pidió que otros tomaran la posta, fue víctima de un intento de magnicidio e igual se levantó, siguió batallando y demostró su valentía y capacidad inigualables.
Tal vez ella quería que sus principales cuadros tomaran el bastón de mando, armaran la tropa y ocuparan el rol que debería tener este sector, pero eso no sucedió.
– La imagen, el mero impacto a primera vista que dan muchos dirigentes políticos confirma para cualquier observador que sí, la “casta” existe.
Se manifiesta siempre en opulencia o veloz enriquecimiento ,evidente o no. Algunos no lo ocultan y otros tratan de taparlo con una campera roja, una camisa y una chomba, pero todos saben se enriquecieron desde el poder.
Estos funcionarios, legisladores, jueces y demás acomodados en diversos sectores de la dirección del Estado son los jugadores profesionales del deporte de este sector: “la caza de cajas y cargos”.
La casta, burócratas, pseudo tecnócratas, cortesanos y demás siempre existió, es cierto.
La diferencia radica en que cuando hay una dirección política y judicial que los controla, ordena y vigila no son tan problemáticos. Esto vale tanto en monarquías, imperios, tiranías, gobiernos populares o democracias.
Ahora, cuando los burócratas o nomenclatura toman la dirección misma del poder o hacen lo que quieren, el régimen en cuestión se puede desmoronar y colapsar desde su interior. Lo hemos visto muchas veces en la historia de la humanidad.
– Un gran problema para cualquier régimen de gobierno, es que la ciudadanía visualice o crea que estos burócratas son inmunes a los problemas económicos que padece el resto de los mortales y se perciba que quieren hacerle creer a la ciudadanía que hacen todo lo posible para mejorar, aunque nunca se hacen cargo de sus responsabilidades.
El «se la chorearon toda, son ladrones» y demás, es la síntesis de lo que llamamos corrupción, y que en esencia es el individualismo llevado al extremo, la meritocracia de la selva, es decir que el más vivo se la lleva toda cagándose en los demás.
Este es el gran veneno que mata ideologías y valores: la vieja avaricia y el egoísmo. Las luchas intestinas en la coalición que se está yendo se centraron mucho más en esta avaricia de partes que en la dirección política y económica del país.
De oligarquías hábiles y sus derechas.
– Los sectores que están en contra de que la Argentina se desarrolle y que su pueblo sea libre, solidario, trabajador, educado, pujante y creador con su debido poder adquisitivo, son muy poderosos. Esta minúscula minoría se llama oligarquía, no es homogénea, tiene también sus contradicciones, pero sí es flexible, viva y juega con muchas cartas a la vez.
El peso de esta gente surge de su poder económico, del manejo de las finanzas, de ser dueños de los bancos, las fábricas, de las tecnologías de comunicación e influencia cognitiva, manejar la energía y poseer los vastos campos de extracción mineral y agrícola.
Para la oligarquía el objetivo es obvio, simple y directo: ser dueños de todo, ser cada vez más ricos y evitar que nadie se les interponga en su camino. No hay moral, ni ética, ni valores, todo se somete a este designio de codicia extrema y no importa el camino para lograrlo. Lo determinan solamente los costos y beneficios de cada situación particular.
– La oligarquía obviamente es la promotora del capitalismo más salvaje posible que le garantiza mejor sus objetivos. No es tonta, en su equipo tiene un menú de opciones políticas que defienden sus intereses y a eso le llamamos derechas. Desde los que muestran más moderación, o un capitalismo con ciertos considerandos sociales, hasta el extremismo intolerante de la ultraderecha, como lo es Milei.
El gran mérito político de la oligarquía es ser anónima, no tener rostro. Los grandes burgueses no se muestran como tales, para ello están sus empleados, los gerentes de su equipo político llamado “las derechas”. Son los que hablan por ellos sin nombrarlos y sirven de fusibles, son intercambiables. Carne de cañón a veces bien paga si son gerentes y se llaman Macri o Bullrich, y otras muy descartables si son el puntero del barrio.
– Se ha perdido la principal virtud que supo tener la izquierda revolucionaria o el peronismo en su génesis: identificar a un enemigo claro y real. El progresismo habla de entelequias en su discurso, habla de “poderes concentrados”, de “dueños de la Argentina” o cosas así, sin ponerles nombre y apellido, son anónimos.
En rigor utiliza categorías filosóficas, sociológicas o ideológicas en sus definiciones, que pueden estar bien para el debate de academia pero su valor en la lucha comunicacional es negativo: la mayoría no entiende.
Como contracara la derecha, gracias a los aparatos comunicacionales, consultoras internacionales, centros de estudios (think tanks) y demás, individualiza a su enemigo, lo focaliza: peronismo, kirchnerismo, populismo o casta. Bombardea hábilmente con un mensaje asociado simple, directo y que lo entiende cualquiera: “la culpa de todo lo que pasa la tiene la casta (kirchnerismo, peronismo y así)”. Milei es una exageración bizarra de este proceso.
De izquierdas muertas y un progresismo encapsulado en un planeta paralelo.
– Si estamos hablando de esto es porque se ha perdido una gran batalla multidimensional: la de las ideas, de la cotidianidad como sociedad solidaria, de los sueños colectivos, las esperanzas fraternales entre distintos, los objetivos de felicidad comunes de las sociedades, las artes enriquecedoras para las mayorías y los sueños de los postergados. Es decir, la derrota de la llamada batalla cultural.
Ha ganado el individualismo, el egoísmo, la avaricia, el desprecio por el otro, el sálvese quien pueda y la violencia caníbal como herramienta.
– Se han perdido la banderas que nos fueron siempre propias. Hoy revolución, cambio, libertad y rebeldía han sido robadas. El progresismo y el peronismo se momificaron, la izquierda es una estatua que recuerda que alguna vez existió.
Las derechas y sus amos supieron encarcelar sus mentes y los “aburguesó”, los corrompió y los hizo burócratas. Les dió sillones para que se entretengan haciendo el papel de buenos chicos y peleándose por el cargo en el juego de la “democracia liberal” perdieron el objetivo. Ya casi nadie habla de utopías y menos de combatir a los poderosos para construir un país digno.
– La primera concesión (agachada) tiene un nombre bonito: el discurso progresista políticamente correcto y es parte del wokenismo (*). Esto es, hablar sin ofender, sonar progresista y mente abierta, no decir algo que pueda molestar, tener cuidado en las formas. Lo llamado «políticamente correcto» también. Ser tan pero tan prolijos y respetuosos que se ha llegado al punto de deshumanizar la narrativa y quitarle lo mejor que siempre tuvo la rebeldía y la lucha por el cambio: las emociones.
El discurso progresista terminó siendo vacuo de alma, puede ser correcto en las apariencias, pero oculta la oscuridad de un corazón que ya no late. La mística, palabra que se le da a esta emoción, igual encuentra sus caminos, pero no en el cauce madre sino aislada, como una canción de algo que fue pero no se sabe qué.
– En el wokenismo (discurso posmoderno progresista) no se nombra a ningún enemigo por su nombre y cuando se elige alguno, no es un “enemigo real”, sino un representante, gerente o asociación lejana a la ciudadanía. Por ejemplo, aquí se apuntó contra la Corte Suprema, de la cual solamente una minúscula minoría entiende o sabe qué es y lo que significa. Es un mensaje cargado de una abstracción tal que la simplificación de la derecha fue: “quieren bajar a los jueces para que no los metan en cana”. Mientras, la inflación “no te deja llenar la heladera”, tu sueldo cae y los políticos hablan de sus cosas, de sus intereses que “no son los míos”.
– En el lenguaje de lo “políticamente correcto” no se puede debatir a cielo abierto de ciertos temas que se dan por saldados o sagrados (dogmas). Menos aún entablar una crítica contra un “compañero” porque eso es fuego amigo. Así, sin más ni menos, caemos en la censura, en la eliminación de cualquier posibilidad de debate, de autocrítica y erradicamos una de las cosas que nos distinguen como humanos: la acalorada discusión por los ideales.
Ni siquiera miramos al pasado, ¿hay algún prócer, filósofo o ideólogo clásico que no haya discutido al punto del duelo con otros pares?
La censura oculta, entierra y enmudece. ¿A quién le conviene? A dos grandes sectores: a los enemigos y a los corruptos nuestros, funcionales a las derechas.
– Hay que exponer sin tapujos a los que hablan muy bonito pero hacen otra cosa, a los que falsean su pertenencia política para obtener un puesto o los corruptos, ladrones y criminales que en el nombre de nuestros ideales hacen un daño tremendo.
¿Cuántos dirigentes han desprestigiado al campo nacional y popular con la soberbia, su proceder sectario, la acaparación de recursos o la corrupción? Todos conocemos a alguno perteneciente a cualquier partido o agrupación de Unión por la Patria (ex Frente de Todos). No podemos tolerar esto porque el daño que se realiza es a veces irreparable.
Nosotros tenemos la exigencia de ser moral y éticamente sanos, debemos tener valores innegociables, hay que ser el ejemplo, si no, no podemos hablar en nombre del Pueblo.
A los ladrones hay que echarlos. a los corruptos hay que encarcelarlos, a los que no defienden los ideales hay que expulsarlos.
– A la a adicción del wokenismo se sumó otra droga letal preexistente, un vicio mucho mayor y de larga data: la soberbia intelectual.
Es un fenómeno que incluye no solamente a las ”izquierdas” y que puedo ejemplificar de esta manera: suele suceder que algunos que pasan por la universidad y obtienen un título de grado muchas veces se autoperciben como “superiores” y exigen se los distinga como diferentes, como pertenecientes a cierta nobleza. El Doctor, Profesor o Ingeniero reemplazan a la palabra Conde o Príncipe.
En el progresismo la soberbia intelectual baña todo, y brinda el hermoso elixir que hace que todo se justifique externamente: la culpa es siempre de la oligarquía y las derechas y nosotros nunca hacemos nada malo.
Es una droga cuyo principal función es alimentar desmesuradamente el ego. Luego de ingerirla el sujeto se pavonea de “gran sabedor”, adquiere un habla compleja para competir con sus pares en el juego «ves, yo sé más, por lo tanto, merezco más» y el público masivo no entiende nada de lo que dice.
– ¿La izquierda y el progresismo siempre fue complicada para decir las cosas?. No, basta con leer el Manifiesto Comunista para ver que en aquellos finales del 1800 estaba el Marx que era comunicador político y el otro que era filósofo o científico social. Y precisamente en esa época esto fue revolucionario porque explicaba en palabras de uso común una teoría o postulado político muy profundo.
El necesitaba que los obreros entendieran de qué hablaba. ¿Eso hizo bajar su nivel?. No, lo más difícil de lograr es la simpleza, la complejidad es fácil.
– Las consignas que acompañaron a los grandes cambios simplificaban las cosas para cualquier entendedor, en muy pocas palabras se expresaban conceptos que todos entendían y que daban respuestas a las necesidades del momento.
“Pan, Paz y Trabajo” simboliza la Revolución Bolchevique porque se estaba en el medio de la sangrienta primera guerra mundial, la hambruna era total y no había trabajo para poder obtener algo para sobrevivir.
“Braden o Perón” mostraba que uno debía optar por un proyecto extranjero que representaba el embajador yanqui o un modelo de desarrollo nacional que impulsaba Perón.
Consigna como resumen de propuesta, un concepto que se perdió gracias a los aparatos de la derecha y hoy tenemos eslóganes, frases muchas veces vacías de contenidos.
Las campañas se han privatizado, los eslóganes los determina una agencia publicitaria.
– El wokenismo y el abandono de la tradición rebelde cargan en la mochila un pecado irreparable: el ocultar la verdad y no asumir la realidad.
Esto por desgracia es ley en muchos gobiernos peronistas o progresistas. Todo está perfecto, siempre todo es positivo, vivimos en un páramo ideal de algún Cantón Suizo, siempre creciendo, siempre construyendo y siempre con gente sonriendo.
Si nuestra narrativa va a estar a contramano de la realidad para poner debajo de la alfombra lo que no nos gusta porque creemos que nos quita votos o nos hace débiles, entonces hay una virtud que no tendremos: la valentía. No se puede gobernar en el nombre del pueblo siendo un cobarde y un mentiroso, porque eso es ser débil.
Todos leen esto como algo muy simple: están robando y viven en otro planeta. Como dato anecdótico, cuando estos políticos pierden las elecciones luego culpan a los votantes que no vieron todo lo que se hizo. “Cuando falta política esta no se suplanta con una andanada de spots y sonrisas macdonalds” diría un viejo dirigente.
– He puesto estos ejemplos no con el ánimo de volver al pasado, sino con la esperanza de que se retomen las raíces que dieron origen a los movimientos que realizaron profundos cambios en beneficio de las mayorías y de la emancipación de los pueblos.
Ante una realidad mala, con tanta pobreza a pesar de tanta riqueza, no se puede andar con muchas liviandades y no se puede dar un discurso alejado del entendimiento y de la realidad circundante.
El progresismo no solamente debe desterrar el discurso de lo políticamente correcto, sino distinguir los planos de la lucha ideológica y en el debate político de la trinchera no puede estar la academia, que huele siempre a intelectualidad teñida de soberbia.
– Un punto nada menor es que hay que recuperar la organización política, los partidos deben ser tales. No deben ser meras agencias de distribución de cargos por una exigencia legal (solamente se puede presentar candidatos por partidos políticos).
El debate y la democracia interna deben florecer, las disputas deben ser lo fuertes que deban ser y el caudillismo o los patrones de estancia debe desaparecer para poder oxigenar y relanzar un proyecto creíble.
Deben importar las conducciones colegiadas, los consejos ejecutivos, secretariados o el nombre que se les quiera dar. No es posible que la decisión de una estructura política la dé una persona en nombre de miles de afiliados. Es una aberración y eso es autocracia, nada que ver con la democracia partidaria. Si así somos en casa, afuera seremos igual. Todo el mundo ve esto y la militancia lo padece.
– ¿Y qué hacen las derechas?. Aprovechan y dicen, “ya que estos boludos nos la dejan servida, ahora la simpleza del lenguaje, la determinación del enemigo, la rebeldía, la libertad, el cambio y la revolución son nuestros”.
¿Y no es acaso Milei la síntesis de esto?. ¿No es él el catalizador de estos vectores?.
Fue el hacedor de Milei muy hábil en mostrar el enemigo, el culpable de todo: la casta. Y sabemos todo que tiene un sesgo de razón, que sin ser el principal, es el cómplice necesario para ocultar al verdadero.
Y lo hizo apelando a la rebeldía, a lo que iba a contramano del status quo, no fue políticamente correcto e hizo un interesante juego de roles mostrando cierta sapienza sin ser percibido como un soberbio. La palabra cambio ya estaba en la derecha tradicional al igual que revolución, recordemos a Revolución Federal por ejemplo.
Así, lo más hermoso de esto es que llega un personaje de comic canalizando la bronca a lo bolchevique, trabajando para los organizadores del caos económico de las mayorías y entablando un debate y una agenda que puso a la academia progresista contra la pared.
Si no hablamos simple, si no somos concretos, si no demostramos emociones, si no somos rebeldes y si no somos políticamente incorrectos, seremos conservadores, cómplices del enemigo y meros jugadores en el deporte de cazar cargos y cajas.
Hay muchos compañeros y compañeras que aún se preguntan por qué llegamos hasta aquí y cómo es posible que alguien que está en una situación de vulnerabilidad, en un lugar donde, por ejemplo, haya una sola escuela pública o un puesto sanitario, elija votar a quien promociona la destrucción de eso y de todos los derechos que nos protegen.
Por un momento, por un instante, que hagan el ejercicio de aplicar lo de la Patria es el otro, que se pongan en su lugar. Que visualicen que no se pueda comprar lo necesario para sobrevivir, que esté siendo echado de su trabajo sin indemnizarse, que crea que no tiene nada que perder y escuche dos voces: una que habla lindo pero de algo que no se entiende ni se asemeja a su realidad cotidiana y no le brinda esperanzas o certezas, y otro que putea incongruencias y dice que el culpable es ese político que habla bonito y no tiene hambre.
(*)Las científicas culturales Akane Kanai y Rosalind Gill describen el capitalismo woke (wokenismo) como la tendencia «que se intensifica drásticamente» para incluir grupos históricamente marginados (principalmente en términos de raza, género y religión) como mascotas en la publicidad, con un mensaje de empoderamiento para señalar valores progresistas. Por un lado, Kanai y Gill argumentan que esto crea una idea individualizada y despolitizada de la justicia social, reduciéndola a un aumento de la confianza en uno mismo. Por otro lado, la visibilidad omnipresente en la publicidad también puede amplificar una reacción violenta contra la igualdad de precisamente estas minorías. Estos se convertirían en mascotas no solo de las empresas que los utilizan, sino también del indiscutible sistema económico neoliberal.
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