Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
La Independencia de la Argentina fue declarada solemnemente en Tucumán el 9 de Julio de 1816. Sin embargo, el reconocimiento no fue inmediato por parte de otros países, y lo mismo ocurrió con la actitud de la Iglesia Católica en la Santa Sede.
Durante décadas las autoridades civiles locales y los sacerdotes solicitaron a la Santa Sede conformar una nueva diócesis con las Provincias de Cuyo. En abril de 1827 se firmó el Tratado de Guanacache entre los Gobiernos de las Provincias de San Luis, Mendoza y San Juan, en el que se comprometían a promover la religión católica. A partir de allí se incrementaron las gestiones para conseguir la creación del Obispado de Cuyo.
Se dieron algunos pasos intermedios pero con dificultades debido a presiones de la corte de España para no perder derechos en las que habían sido sus colonias, e incluso del Cabildo eclesiástico de Córdoba.
Después de tanta espera e intensas gestiones, al fin el Papa Gregorio XVI firmó el Documento (llamado Bula) por medio del cual se crea la Diócesis de Cuyo. Era el 19 de septiembre de 1834. Fue la primera diócesis creada en el país después de la declaración de la Independencia.
Se fija como sede de la nueva diócesis a San Juan, y su primer Obispo fue Fray Justo Santa María de Oro. Él murió en septiembre de 1836 con 64 años de edad, días después de caer de una mula en ocasión de ir a una visita pastoral. (Los datos históricos están tomados de un trabajo de la Profesora Leonor Paredes de Scarso.)
Es una fecha muy importante porque nos hace mirar nuestro origen. Este logro tiene vinculación con el deseo de hombres y mujeres de aquel tiempo, unido a la decisión del Papa Gregorio XVI, obispo de Roma y sucesor del Apóstol San Pedro.
San Pablo VI enseñaba que “la Iglesia existe para evangelizar”. Y esa es nuestra vocación y misión. Sumate en la oración para dar gracias a Dios por llamarnos a compartir la fe en esta geografía. Si estás cerca de la Catedral te invito a la misa de las 20 horas.
Este sábado y domingo celebramos en la Argentina la Jornada Nacional de Oración y Reflexión contra la trata de Personas. La fecha está fijada por la cercanía con el 23 de septiembre, “día internacional contra la explotación sexual y el tráfico de mujeres, niñas y niños”.
Es una actividad mafiosa que enriquece unos pocos bolsillos a costa de las lágrimas de las víctimas y sus familias. Se esclaviza, oprime y ejerce violencia física y psicológica. Todo lo que se pueda hacer para mitigar tanto desgarro resulta poco.
Es el Cuerpo de Cristo avasallado, humillado, vejado. Son heridas abiertas que manan sangre inocente. Es necesario prestar atención a los gritos silenciosos que, desde la oscuridad invadida por el hedor rancio de tabaco, drogas y alcohol, claman justicia, libertad y dignidad.
El Papa Francisco manifiesta con claridad su pensamiento y denuncia: “Son organizaciones criminales que lucran con esto, esclavizando a hombres, mujeres y niños, laboral y sexualmente, para el comercio de órganos, para hacerlos mendigar o delinquir».
Nos avergüenza como humanidad el engaño o el secuestro como métodos para avasallar los derechos elementales de toda persona a la vida y la integridad de su cuerpo.
Seamos sensibles a tanto crimen y dolor.
El viernes pasado a mediodía la presidencia del CELAM y miembros de la Fundación Populorum Progressio fuimos recibidos por el Papa Francisco. La tarde anterior había llegado de su viaje a Kazajistán pero su disposición era animada y su mirada, profunda. La enseñanza que nos dejó nos recordó la necesaria conversión a ver a Cristo presente en los que más sufren y en los que son excluidos y descartados de la sociedad.