Cuando uno de los artífices del proyecto para recuperar una antigua zona cafetalera a las afueras de Caracas habló sobre su iniciativa, algunos lo tildaron de loco.
Cuesta imaginar a un grupo de científicos e investigadores venezolanos en labores de recolección de café de excelencia a las orillas de una carretera, sobre todo, si la variedad de los granos son de color azulado.
Esto ocurre en la montaña de Los Altos de Pipe, a unos 1.700 metros de altura, en la ciudad de San Antonio de los Altos, en el estado Miranda, a unos 45 minutos de Caracas. Allí se encuentran las instalaciones del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC).
Para conocer sobre este proyecto cafetalero en espacios no convencionales, RT conversó con el biólogo Saúl Flores, jefe del laboratorio de Ecología de Suelos, Ambiente y Agricultura del IVIC.
Un café de ciudad
Este café urbano, que fue sembrado a orillas de la carretera, de plazas y en espacios intervenidos del IVIC, ya produjo una cosecha de una tonelada. Lo más llamativo, además de su proceso, es el particular color azulado de la semilla.
Esta variedad, conocida como ‘blue café‘, tiene un nivel de alta calidad, con un grado de excelencia de 87 sobre 100. Los granos que superan los 80 puntos, en una escala de 0 a 100, son considerados «de especialidad«, por lo que han sido seleccionados y procesados con elevados estándares.
Sobre la tonalidad, que lo hace único, manifiesta que se debe a la mineralogía y los componentes que tiene el suelo, que en el caso del IVIC es ácido, por la presencia de eucaliptos y pinos. Además, también cuenta a su favor la altura de la montaña donde están ubicados.
¿Cómo se produce?
Flores afirma que para obtener la calidad del grano que producen, se usa la fermentación seca y húmeda, con y sin oxígeno, respectivamente, para «despertar otros sabores que a veces están escondidos en esas nueces».
Su procesamiento también difiere de otros. El secado se hace sin retirar la concha o cubierta, en las llamadas camas africanas, que son estructuras de madera y malla que mantienen a la semilla lejos del suelo. Posteriormente, viene el trillado, la selección y el tostado, que no se realiza en el IVIC porque no cuenta con la estructura.
El investigador también se refiere a que estas plantaciones pueden contribuir a la mitigación de la huella de carbono del instituto, donde se encuentran unas 1.200 personas diariamente y donde hay tránsito de vehículos.
¿Cómo se inició todo?
Hace seis años comenzó el proyecto para recuperar los suelos de la antigua hacienda cafetalera del IVIC. El fruto de esa planta, cuenta el investigador, era muy apreciada hace una centuria. En la sede del instituto aún se encuentran, como testigos de esa época, restos arqueológicos e históricos.
Frente a esta herencia, Flores y su equipo se plantearon la idea de recuperar ese «café viejo», de arbustos con entre 80 y 100 años, que aún producían algo. Así, para lograr su cultivo, se hizo la exploración de un concepto novedoso, a través de herramientas científicas y tecnológicas.
Un resultado inesperado
El resultado, fuera de los pronósticos, fue el crecimiento de cafetos. En la marcha, se empezaron a mejorar las condiciones de la materia orgánica del suelo a través de la introducción de especies propias, que crecen en bosques secundarios, llamadas crotones, que han demostrado poder asociarse con el café y cuyas hojas aportan carbono y nitrógeno al suelo, al descomponerse.
«Antes de tener petróleo, teníamos café y cacao, y de eso vivíamos. Entonces, esta idea de recuperarlo es bien interesante, ya que el café es una planta perenne, que crece muy bien bajo el sotobosque [bajo los árboles], ayuda a mantener los cursos de agua y las montañas», dice el biólogo.
Sobre los fertilizantes que usan, asevera que es materia orgánica natural, libre de componentes químicos, por lo que no contiene agrotóxicos.
Un poco de historia
Esta semilla, relata Flores, «tiene historia en Caracas» porque el café que se producía en la zona de los altos mirandinos, donde actualmente se encuentra el IVIC, era uno de los que tenía mejor mercado en Europa, sobre todo, y se comercializaba muy bien».
El biólogo se refiere a la innovación que se hizo para ver crecer de nuevo cafetos en la institución a la que pertenece, que hasta cien años atrás era una hacienda cafetalera. Explica que en su construcción, en los años 50, se deforestó el área y se plantaron, a la orilla de la carretera Panamericana, pinos y eucaliptos, con la finalidad de preservar los bordes de la vía.
Los topes de esa montaña fueron «decapitados» y la «materia orgánica prácticamente se eliminó». Según asevera, los eucaliptos y los pinos acidifican los suelos y producen compuestos secundarios alelopáticos, que impiden que germinen otras especies.
Frente a esta aparente limitación para obtener alguna planta, a Flores se le ocurrió un experimento que causó escepticismo entre algunos. «Me dijeron que estaba medio loco y que eso no iba a prosperar«, recuerda.
«Hicimos un ensayo: empezamos a sembrar lotes de café de distintas variedades en esos sitios que habían sido intervenidos con eucaliptos y pinos gigantes», afirma. El resultado superó ampliamente las expectativas.
Un café de excelencia
Más allá del cariño con el que habla Flores del proyecto, se encuentra también el reconocimiento en otros lugares del mundo. Este año, el café urbano del instituto científico participó en una cata internacional y quedó entre los 30 mejores de Venezuela.
«Eso quiere decir que nosotros tenemos un café de excelencia, con sus aromas y sabores cítricos y dulces. Ha sido un éxito interesante y un tema de mucho orgullo para este equipo», expresa.
Además de las catas, la humeante bebida ha sido consumida por quienes laboran en el IVIC, que también han participado en su recolección. «Invitamos a los investigadores, a los que trabajan en los laboratorios, a los antropólogos, microbiólogos, a la gente que quiera participar. A los que han estado les ha parecido una experiencia maravillosa«.
Por ahora, no se tiene certeza sobre el destino de la cosecha. Entre las opciones, además de ponerle un nombre y registrarlo como marca, está que pueda comercializarse dentro de la institución como manera de generar recursos que podrían ser incorporados al proyecto.
Para el futuro próximo se plantean producir semillas que tengan un grado de certificación y capacitar a los productores de los altos mirandinos para recuperar las áreas cafeteras en esa zona.
Hasta el momento se produjeron 2.000 matas, que dieron como resultado una tonelada de café, y se espera doblar la siembra con 5.000 arbustos, que ya están en proceso. «¿Y qué vamos a hacer con tanto café?«, se pregunta Flores.
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