Una investigación realizada en Argentina indica que el 2022 fue el peor año en términos de malestar psicológico de la última década. Con los ecos del coronavirus aún resonando, la adversa situación que atraviesa el país profundiza el problema. Según el estudio, los sectores sociales más vulnerables constituyen la población más afectada.
La preocupación por la estabilidad emocional ocupa un lugar cada vez más visible a nivel global. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) una de cada ocho personas en el mundo padece un trastorno mental.
La tendencia señalada por el organismo sanitario internacional se refleja con virulencia en Argentina, donde una de cada cuatro personas reconoce algún tipo de malestar psicológico. El dato surge de un estudio del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), que indica que el 2022 fue el año más adverso en materia de salud mental a nivel nacional desde el 2010, con particular incidencia del sentimiento de infelicidad.
De acuerdo a la investigación, en los últimos 13 años alrededor del 20% de argentinos atraviesan situaciones de este tipo. Sin embargo, la última medición destaca por marcar el valor más alto de la serie: 25,4%. El hecho de que la cifra supere incluso a los registros del 2020, cuando irrumpió el coronavirus, es el que más preocupa a los especialistas.
Cifras alarmantes
«El resultado es realmente llamativo. No lo esperaba, aunque los problemas vinculados a las enfermedades mentales, particularmente la depresión y la ansiedad, se agravaron en el último tiempo a nivel mundial», indica Solange Rodríguez Espíndola, psicóloga e integrante del Observatorio y coordinadora del estudio.
Según la investigadora, el panorama es producto de varios factores, entre los que se destacan las consecuencias de la pandemia de coronavirus y la sensible situación económica que atraviesa Argentina: «A lo registrado durante el 2020 y el 2021, durante el momento más álgido del COVID y las medidas restrictivas, ahora se sumó la profundización de la crisis».
«Los proyectos personales están directamente relacionados con el contexto: hay ciertas condiciones que funcionan como detonantes en los estados emocionales y afectivos, generando frustración«, explica Rodríguez.
Ricardo Corral, presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatría, al ser consultado señala que «se superponen distintos factores de riesgo y destaca la situación de la economía. Diariamente notamos que en términos generales la comunidad está desgastada con cierto pesimismo«.
«La promoción de salud consiste en la vida sana, comer bien, hacer ejercicio, tener una vida tranquila, poder tener ritmos circadianos, poder dormir bien. Es decir, que es todo lo contrario de lo que una sociedad en una situación como la actual«, explica el experto.
La huella del COVID-19
A lo largo de su trayectoria Corral atravesó diversas situaciones de fragilidad social, entre las cuales destaca la megacrisis política y económica del 2001 —cuando se sucedieron cinco presidentes en apenas 11 días—. «En el 2001 hubo un ascenso vertiginoso de la ansiedad y la depresión. Pero luego vinieron años de estabilidad que favorecieron el mayor bienestar de la comunidad», remarca.
Sin embargo, los especialistas coinciden en que el punto de quiebre definitivo fue la emergencia sanitaria del coronavirus, algunos de cuyos efectos aún persisten. Según Rodríguez, «definitivamente la pandemia disparó el alza de la sintomatología ansiosa y depresiva. Esto se reflejó en el aumento del estrés e incluso en problemas con el sueño que se mantienen vigentes».
«La Organización Mundial de la Salud ya lo había advertido antes del coronavirus: había subatención, subregistro y la comunidad no tenía conciencia sobre la gravedad de la problemática. La pandemia y, concretamente, el aislamiento social, confluyeron para agravar el problema», remarca la especialista.
El impacto del virus no fue igual en toda la población. El caso de los niños y adolescentes fue paradigmático en cuanto a las barreras a la socialización que supusieron las medidas de cuidado como el encierro. Corral apunta que «los chicos fueron los más afectados. La no asistencia a la escuela sumada a la falta de interacción con pares terminó originando otros problemas como el sobrepeso infantil que Argentina no conocía».
«Ciertas consecuencias de la pandemia son tan profundas que va a costar recuperarlas desde el punto de vista de la salud mental», agrega el psiquiatra.
En espejo, los adultos mayores también padecieron particularmente la soledad que conllevó la cuarentena. El especialista apunta que «en las personas mayores se reflejaron dificultades concretas producto de la falta de contención, en muchos casos, los mayores dejaron de salir a caminar, por ejemplo, que es algo que uno le recomienda a todos los pacientes».
El conjunto social más afectado
Con los efectos perdurables de la crisis sanitaria como telón de fondo, la escalada inflacionaria que atraviesa Argentina agrava la situación de los más postergados. El estudio de la Universidad Católica Argentina destaca que «los adultos pertenecientes a grupos bajo informales o marginales, han indicado el mayor porcentaje de déficit en su estado de salud general durante toda la serie».
Ante salarios que acumulan seis años de caída consecutiva —que incluyen a los gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Fernández—, los investigadores enfatizan en el cuadro adverso a nivel emocional que enfrentan los trabajadores más vulnerables. «Las personas más desbordadas son aquellas con menores ingresos, afectadas por el estrés para poder cubrir sus necesidades o por la incertidumbre laboral, lo que afecta la salud mental», sostiene Rodríguez.
«Los grupos más vulnerables en cuestiones laborales, educativas y económicas son donde más aumentó la sintomatología ansiosa y depresiva porque ahí se refleja la falta de proyectos personales y la carencia de aparatos de contención social. Además, se refleja el estrés producto de la lucha por llegar a fin de mes», afirma la responsable del estudio.
Sin embargo, la investigación destaca que por más que el costo se refleje en los más postergados, los sectores medios también padecen el cuadro. Según la psicóloga, «en la clase media se observa cómo aumenta el malestar por la falta de posibilidades de proyección. No es exclusivo de los sectores con peores condiciones económicas, laborales y educativas».
«El sentimiento de infelicidad responde a una mirada subjetiva que no está directamente relacionada a las condiciones materiales objetivas: personas de estratos socioeconómicos altos pueden sentirse infelices más allá de su situación económica», explica Rodríguez.
Visibilizar el problema
Más allá de las particularidades de Argentina, el fenómeno reviste un carácter estructural: la OMS constantemente alerta sobre el crecimiento de problemáticas psicológicas o emocionales.
La investigadora señala que «la ansiedad es un indicador que está creciendo internacionalmente debido a cambios estructurales. La incidencia de efectos pospandemia en la interacción social o las dificultades afectivas emocionales en niños se refleja en todo el mundo».
En este marco, la visibilización y desestigmatización del fenómeno resulta fundamental para combatir el flagelo. «La gente se está haciendo eco, ya no se ve como vulnerable a quien dice ‘no estoy bien’, y eso es fundamental. Poner en evidencia los problemas vinculados a la salud mental facilita su tratamiento«, remarca Rodríguez.
Argentina cuenta con una Ley de Salud Mental específicamente diseñada para abordar casos como los identificados en el estudio. La normativa resulta trascendental para avanzar hacia una concientización de la importancia que tiene el bienestar psicológico en las personas. «En la medida que tengamos mayores accesos a atención en salud mental y mejores condiciones de apoyo comunitario, esto puede mejorar», concluye la investigadora.
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