Ahora Rusia tiene una nueva entrega, en la que Gabriel Saquilan Ruffa, nos entrega un artículo realizada en conjunto con el medio mexicano El Soberano. Nuestro periodista fue enviado por Ahora San Juan para participar del “Programa de pasantías InteRussia para periodistas de América Latina”.
Colaboración latinoamericana desde Moscú.
Les comparto una nota, que dentro del programa InterRussia, he tenido el placer de realizar en conjunto con Antonio Attolini, presidente del Consejo Editorial de El Soberano de México. El tema de la misma ya había sido abordado en una de mis crónicas tiulada «Los locos del Lokomotiv», pero quería resaltar que esta es producto de una colaboración entre El Soberano y Ahora San Juan. Para ver la publicación del medio colega se puede acceder desde aquí.
Aquí va el contenido de la publicación mencionada.
Los “locos del Lokomotiv”: dos mexicanos y un argentino en un estadio de fútbol a temperaturas bajo cero en Moscú
Esta crónica, escrita por Antonio Attolini, presidente del Consejo del Editorial de El Soberano, es tanto de su autoría como de Gabriel Saquilán, periodista de AhoraSanJuan, quien también contó su experiencia para dicho medio.
Llegamos a Rusia hace más de una semana. Lo que más me ha afectado no es el frío sino la recurrente, constante y tajante barrera que hay en la comunicación entre, por más nefasto que se escuche, “ellos” y “nosotros”. La barrera lingüística va más allá de lo obvio: el ruso no es una lengua romance, como si lo es el español, el francés o el portugués, por lo que no es sugerente ni intuitivo lo que están diciendo. Estar lejos de casa se manifiesta más allá de los kilómetros. La forma en la que el ruso se escribe, también, es completamente distinta al alfabeto grecolatino. Sin embargo, no es tan distinta como la grafología árabe o la iconográfica en los países orientales. Mantiene un parecido mínimo que invita a intentar leerlo pero que sólo nos expone tanto como los extranjeros que somos.
No sólo se oye y se lee, sino que lo ruso también se siente distinto. Nadie habla, nadie conversa: cada quien está en ‘su rollo’. Todo el día, en todo lugar, con cualquier persona, esa distancia se hace presente.
¿Qué queda entonces para un grupo de dos mexicanos y un argentino que extrañan el calor de casa, la cercanía de su gente y tienen la necesidad de compartir las mismas alegrías y emociones?
Se dice que para conocer un país uno debe visitar sus mercados y sus estadios de fútbol. Fue entonces así que, por un golpe de suerte y azar, tuvimos el tiempo necesario y la disposición suficiente: decidimos ir al fútbol.
El domingo 27 de noviembre en el estadio RZD Arena se disputó el juego de la liga rusa entre el Lokomotiv de Moscú y el FC Nizhni Nóvgorod. La cita fue a las 21:00 horas y llegamos puntuales. Eso sí, sin boletos y sin claridad de lo inclemente que sería el clima con nosotros.
Para llegar tuvimos que tomar el metro por unos veinticinco minutos para pasar tres estaciones desde nuestro hotel y salir a menos de 500 metros de la entrada del estadio. Una novedad excepcional para la comitiva latinoamericana: llegar tan fácil y tan rápido nos sorprendió a todos, para bien. Las puertas de acceso están restringidas para el acceso con lectores de código QR, los cuales tendríamos a la mano si hubiésemos comprado los boletos con anticipación y que, debido a la premura con la que quisimos subsanar nuestra falta, resultó más tardado obtenerlos de lo que esperábamos. Pasaban los minutos y seguíamos a la intemperie esperando a que Marco, el líder del grupo, pusiera orden. ¿Y el revendedor? ¿Y la taquilla para comprar el boleto en físico? ¿Y las tiendas de artículos para vestir del equipo local, la hinchada, la porra, la barra, la familia con padre e hijo caminando de la mano? Nada.
Un guardia de seguridad que hablaba inglés —coincidencia de ventajas que no es tán común en Moscú como pensábamos— se ofreció a ayudarnos. Fue la primera persona y la única con la que hablamos antes de entrar. Tomó quince minutos concretar la operación.
Tres boletos y tres códigos QR.
Un total de 2100 rublos, 700 rublos por persona, lo que equivale alrededor de 13 dólares por boleto.
Nuestros asientos se encontraban en la grada al costado del tiro de esquina izquierdo del lado poniente del estadio. Faltaría bajar cuatro filas y habríamos estado en contacto con la cancha. Bastaría saltar la barda y ya estaríamos dentro de la cancha. Tres guardias con chaleco resplandeciente custodian el perímetro del evento en la parte en donde estábamos y no mucho más. Fotógrafos en el tiro de esquina y un joven recuperador de balones. Distinto a la guardia que se amuralla detrás de los escudos, cascos y equipo antimotines en algunas partes de Argentina y en algunos partidos de México. Eso sin contar también a las vallas y desniveles que separan a los aficionados del campo de juego en los estadios de toda América Latina.
Todos y cada uno de los asientos estaban cubiertos de hielo. Quisimos distraer al cuerpo del frío y fuimos por una cerveza. Toda nuestra experiencia en el estadio había sido sobresaliente, hasta ese momento: la cerveza era sin alcohol, no se podía ingresar con ella a la cancha y debía ser consumida en un vaso de plástico. Quizá si supiéramos decir algo más que “no hablo ruso” podríamos haber sabido todo esto con anticipación y así evitado la vergonzosa experiencia de ser escoltados fuera de la zona por un oficial.
El equipo local tiene su historia. El Lokomotiv de Moscú fue fundado en 1922 con el nombre original de “Club de la Revolución de Octubre” en alusión a la insurrección que culminó con la toma del poder por parte de los soviets y del derrocamiento de la monarquía zarista. Su base de aficionados se organiza alrededor de la empresa pública de ferrocarriles RZD, su principal patrocinador y nombre que lleva el estadio en el que juega. A su vez, en Moscú también hay otros equipos cuyos aficionados cuentan con una identidad específica: el CSKA, el equipo del ejército; el Dynamo, el de los burócratas de gobierno; el Torpedo, los obreros de la industria automotriz; y el Spartak, el equipo popular por excelencia.
En el estadio RZD Arena cuya capacidad máxima es de 28,000 espectadores, ese domingo no llegaba ni a 2,000. Qué digo 2,000… no éramos ni 1,500 en todo el estadio. La ‘barra brava’ se encontraba ubicada detrás de la cabecera oriente y constaba de alrededor de 60 o 70 personas. Dispersos por el estadio se reparten el resto de aficionados que, así como nosotros, padecieron las gélidas temperaturas y sufrieron de las ráfagas de viento que se arremolinan entre las butacas del estadio y que vuelven casi insoportable estar ahí. Digo casi porque el amor a la camiseta lo puede todo y termina por ser el último resquicio de calor con el que la hinchada soporta la temperatura de -13 grados. Prueba de ello una señora, acompañada de otras dos, que no paró de gritar todo el partido de una forma que asemejaba más la sirena de una ambulancia que a la porra y aliento de una aficionada al fútbol.
Se anotaron tres goles a nuestro favor. Y claro, digo “nuestro” porque la delegación latinoamericana se asume del Lokomotiv “de toda la vida”, qué va. Si es que gracias a la expansión del ferrocarril a finales del siglo XIX, la estación del Torreón en la que fuera la Hacienda del Coyote en el suroeste de Coahuila pudo desarrollarse a tal grado de erigirse como ciudad el 16 de septiembre de 1907. Para este domingo en cuestión, México seguía en el Mundial, pero no había anotado ni un solo gol. Lo que fue ver tres goles en vivo representó para nosotros fue pura enjundia y pasión. La celebración de la afición fue correspondida con la explosión de ráfagas de humo que explotaban desde los costados del arco rival cada que el balón atravesaba la línea de meta. Una locomotora aparecía en las cuatro pantallas gigantescas que, esquinadas en el estadio, permitían a los aficionados conocer cada detalle de las jugadas que se desarrollaban más lejos de lo que nuestros ojos alcanzaban a ver. Nos abrazamos Gabriel, con su remera de la Selección Argentina en la versión y número de Diego Maradona en Estados Unidos ´94, Marco y yo después de habernos destrozado en carrilla, sarcasmo, burlas y tropelías durante toda la semana entre el enfrentamiento con Arabia Saudita y Polonia de nuestra respectivas escuadras nacionales.
Se anotaron 3 goles a nuestro favor.
Uno en contra.
Fue anotado por un penal marcado en el minuto 94. Fue resultado de una consulta al VAR que el Nizhni Novgorod peleó hasta el final. No cuestionamos el resultado, lo aceptamos con entereza y salimos del estadio victoriosos, helados y muy felices. Fue un día maravilloso en la capital de un país que está en guerra, acosado por la sanciones económicas de Occidente y en donde la vida transcurre con tranquilidad.
El camionero Héctor Romero, detenido este martes por la desaparición de María Cash, la joven diseñadora de 29 años vista por última vez en Salta el 8 de julio de 2011, se negó a declarar y fue imputado por homicidio calificado por alevosía.
Romero fue arrestado el martes por orden de la jueza Mariela Giménez, del Juzgado Federal N° 2, después de 13 años del inicio del expediente, en el que ya se encontraba incluido desde un comienzo al ser la última persona que vio a la joven con vida.
Si bien en un principio Romero solo estaba incorporado en el caso como testigo, en los últimos días su situación procesal cambió -luego de que la justicia advirtiera inconsistencias en las distintas declaraciones que dio desde el comienzo de la causa– y ahora está detenido por su posible vinculación con la desaparición de Cash.
Tras la confirmación de su detención, en la casa de una hija en el barrio Pereyra Rozas, efectivos de la Gendarmería Nacional trasladaron al acusado hasta la sede de la Policía Federal en Salta. Este miércoles, fue llevado al juzgado federal pero se abstuvo de declarar.
Las inconsistencias del relato del camionero
En principio, según relata el diario salteño El Tribuno, el implicado aseguró que el día de la desaparición, la diseñadora hacía dedo al costado de la Ruta Nacional N°34, en la rotonda del cruce de Torzalito, General Güemes. Apuntó que la recogió a bordo de un camión Mercedes Benz blanco con acoplado y la inscripción “Catita”. Finalmente, contó, la llevó hasta un sector conocido como la Difunta Correa, en el paraje Palomitas, y luego continuó hacia Joaquín V. González. A partir de entonces, nadie más pudo responder dónde estaba la joven.
No obstante, uno de los principales elementos que complica al camionero de 71 años es el análisis de la ubicación de su celular realizado por los investigadores. Las coordenadas y los horarios registrados no coinciden con los tiempos de viaje que el hombre declaró, especialmente en el tramo entre General Güemes y Joaquín V. González. Estos desajustes generan dudas sobre su relato de los movimientos que realizó el día en que supuestamente llevó a María Cash desde la rotonda de Torzalito hasta el santuario de la Difunta Correa.
Además, las pruebas de velocidad realizadas por los investigadores demostraron que las maniobras descritas por Romero, como frenar en la Difunta Correa para que Cash bajara, son técnicamente imposibles en los tiempos que él proporcionó.
Por otro lado, según El Tribuno, las versiones que proporcionó Romero sobre el lugar en el que dejó a Cash siempre fueron vagas e imprecisas: una vez declaró que la dejó en Finca El Estanque, luego en Palomitas, y en tercer lugar, en el paraje Difunta Correa, cerca de la casa de la familia Crespín.
El medio salteño recorrió la ruta nacional 9/34 y confirmó que el punto indicado por Romero es cercano a la casa de la familia Crespín, la cual es dueña de una gomería muy frecuentada por camiones de gran porte. El sitio es además un parate predilecto para los camioneros y automovilistas que pasan por la zona y frenan para dejar una vela en el santuario de la Difunta Correa, que está a pocos metros. Sin embargo, la familia negó haber visto a María Cash y al camionero en la fecha indicada, lo que generó una importante contradicción que es investigada y está en el foco de la Justicia federal.
Por otro lado, se hallaron incongruencias en los horarios en que Romero normalmente desarrollaba su rutina para la entrega de la carga de mercadería que trasladaba. El día de la desaparición de María Cash, se registró una importante demora, que el implicado no pudo explicar.
La jornada del lunes estuvo marcada por dos siniestros de tránsito que dejaron a dos personas heridas. Ambos casos están siendo investigados por la UFI Delitos Especiales.
El primer incidente se registró alrededor de las 9 en el Lateral Oeste de Ruta 40 y calle Abraham Tapia, en Rawson. Un motociclista, Axel Abel Cortez, fue embestido por una camioneta Toyota Hilux que salía de un garaje. A raíz del impacto, Cortez sufrió una fractura en una pierna y permanece internado en el Hospital Rawson.
Horas más tarde, cerca de las 11.15, se registró un nuevo accidente, esta vez en Capital. En esta ocasión, una camioneta de la Municipalidad de Caucete, conducida por Franco Castillo, atropelló a una peatona, Dayana Paola Masías Benegas, en la intersección de calle Juan Jufré y Avenida Rioja. La mujer, que esperaba el cambio de luz del semáforo, fue alcanzada por el vehículo cuando este realizaba una maniobra evasiva para evitar colisionar con otro rodado. Si bien sufrió politraumatismo, la mujer se encuentra fuera de peligro.
El conductor de la camioneta municipal se sometió al test de alcoholemia, arrojando resultado negativo.
Oriana Sabatini está de paso por una semana en Argentina ya que conducirá Olga, y en este marco fue entrevistada por LAM (América TV) querían saber el por qué de la ausencia de su tía, Grabriela Sabatini, a su boda con Paulo Dybala.
¿Qué dijo Oriana Sabatini tras la usencia de Gabriela Sabatini a su boda?
Según Ángel de Brito en su stream en #ÁngelResponde (Bondi Live), había revelado que nunca le llegó la invitación formal a la tenista, y fue algo que Oriana desmintió en esta entrevista.
Asimismo, antes de la boda, Catherine Fulop también había dialogado con el programa del conductor, y afirmó que con su cuñada cuenta con una buena relación y que siempre tendrá las puertas abiertas de su casa. Todo esto, provocó que se destapara la olla en cuanto a sus problemas familiares y viejos conflictos entre la mamá de Oriana y su tía.
En fin, la esposa de Paulo Dybala soltó: “Algo que me gustaría aclarar es que escuché a Ángel decir que no le había mandado invitación a mi tía. Él siempre da buena información, pero se equivocó, y de hecho estuve muy cerquita de mandar las capturas de pantalla para mostrarle porque no tengo ningún problema con mi tía”.
“Sí le mandé la invitación, y no es que no me enteré porque lo vi en la lista ni nada de todo lo que se dijo”, remarcó. Y agregó: “Obviamente estoy triste. Es triste que la poca familia que tengo acá en Argentina no haya estado presente en uno de los momentos más importantes de mi vida, que haya decidido eso”.
Por su parte, se tomó el tiempo para reflexionar, y continuó su descargo: “Cada uno con lo suyo, a mí no me faltó nadie en el casamiento igual. Si no querés estar, yo no voy a obligar a nadie a ser parte de mi vida si no lo quiere. Los que quisieron estar estuvieron y los que no, no”.
“Yo respeto mucho lo que cada persona decida hacer con su vida, y cuando alguien me demuestra tan claramente que no quiere ser parte de la mía, yo no voy a obligar a nadie a hacerlo. Cuando tenga ganas de hablar voy a estar acá siempre», reveló.
Por último, Oriana Sabatini cerró su entrevista sobre la ausencia de Gabriela Sabatini a su boda con Paulo Dybala: “Me encantaría que me lo expliquen, si no hay ganas no pasa nada, pero no lo sé”.