NOTA DE OPINIÓN – Telma Luzzani.
En cuatro meses, el gobierno de Benjamín Netanyahu no consiguió desmantelar la capacidad militar de Hamas, ni controlar una parte significativa de Gaza. Lo que se pelea en esta guerra va más allá.
Mientras Israel intensifica sus ataques brutales contra la Franja de Gaza y el Pentágono bombardea la población de Yemen, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, como si él no tuviera nada que ver, opinó que las embestidas israelíes contra los palestinos “son excesivas”. Lo dijo el pasado jueves 8, cuando se cumplían cuatro meses de esa guerra asimétrica en la que mueren por cada soldado israelí 100 palestinos. Los números oficiales de muertos al 8 de febrero difundidas por la ONU fueron: 27.840 palestinos y 228 israelíes. Los heridos son 67.300 palestinos y 1.314 israelíes. Se estima que esas cifras son muy bajas.
Más allá de la hipocresía de Biden al hablar de “excesos” (y de una nueva demostración de su deterioro mental ya que en esa declaración se refirió al presidente de Egipto, Abdel Fatah al Sisi, como “el presidente de México”), lo cierto es que el mundo sigue asistiendo en vivo y en directo a uno de los genocidios más atroces que recuerde la Historia.
¿Por qué recién ahora Biden se acordó de que “hay mucha gente inocente pasando hambre y muriendo” y declara “que esto tiene que parar”? ¿Por qué Washington retira parcialmente su apoyo a Tel Aviv y anuncia que no va a respaldar el ataque a Rafa (frontera con Egipto) planificado ahora por Las Fuerzas de Defensa de Israel? El tiempo corre en contra de Israel. En cuatro meses, el gobierno de Benjamin Netanyahu no consiguió desmantelar la capacidad militar de Hamas, ni controlar una parte significativa de Gaza. En una palabra, Israel está lejos de lograr sus dos principales objetivo: acabar con Hamas y liberar a los rehenes que esa milicia palestina secuestró el pasado 7 de octubre.
Mientras tanto, día a día crece en la opinión pública global la solidaridad con los palestinos y las críticas contra los crímenes de guerra. Israel está cada vez más aislado. En la votación del 19 de diciembre de 2023 en la Asamblea General de la ONU 172 países votaron a favor del cese del fuego, 10 se abstuvieron y 4 votaron en contra: Israel, EEUU, Nauru y Micronesia. Fue un punto de inflexión que se profundizó el 29 de diciembre con la presentación que hizo Sudáfrica frente a la Corte Internacional de Justicia en La Haya, argumentado que las acciones de Israel en Gaza con “de carácter genocida” y que tienen como objetivo “la destrucción de una parte sustancial de un grupo nacional, racial y étnico palestino”. Aunque la demanda tuvo un apoyo masivo a nivel mundial, el dictamen de La Haya fue más que tibio. El pasado 26 de enero, la Corte dictaminó de manera provisional que había plausibilidad de que se estuviese cometiendo un genocidio y ordenó una serie de medidas cautelares mientras se produjese la investigación oficial.
Eduardo Luque, psicopedagogo y militante español que participa de las brigadas en solidaridad con los palestinos, hizo denuncias aún más graves. En su texto “Israel perderá esta guerra” publicado en la revista “El viejo topo”, Luque asegura que la posición de Israel se complica cada día más: “Los asesinatos de prisioneros, los cadáveres de palestinos desventrados y utilizados para el tráfico ilícito de órganos, realizados casi a nivel industrial, señalan los límites morales de este genocidio”.
El dominio de Asia
Para EEUU, empoderado luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, era geopolítica y geoeconómicamente crucial contar con un enclave en Oriente Medio: el Estado de Israel en 1948. Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, EEUU planificó, para el siglo XXI, remodelar un mundo unipolar a su medida. La megalomanía era de tal nivel que llamó a ese plan “Proyecto para el Nuevo Siglo (Norte)Americano”. Se planteaba el uso del poder militar para su expansión global y para la imposición de los valores estadounidenses. Tanto el gobierno de Bill Clinton (demócrata) como el de George Bush hijo (republicano) lo ejecutaron, este último lo plasmó en su doctrina de la guerra preventiva.
En ese marco -como trae a la memoria el texto de Luque- la guerra en la región de Medio Oriente “era parte de un proyecto más amplio y apuntaba a un enemigo poderoso: Irán. Israel tenía que ser el garante de los intereses políticos de EEUU y la punta de lanza para controlar los recursos energéticos en la zona”. Pero el fantaseado mundo unipolar ya ha desbarrancado. EEUU está por perder su hegemonía en Oriente Medio. China, el enemigo mortal de EEUU, tiene cada vez más peso político, diplomático y económico en la zona.
En abril de 2023, el presidente chino, Xi Jinping, logró que dos rivales históricos como Irán y Arabia Saudita reanuden sus relaciones. Esto fortalece e impulsa el proyecto de la Ruta de la Seda hacia el Mediterráneo. Además, países clave de la región como Egipto (limítrofe con Gaza e Israel), Arabia Saudita e Irán son parte de los BRICS ampliado desde el primer día del 2024.
Todos los actores saben que lo que se pelea en esta guerra va más allá de los límites de la Franja de Gaza. Incluso que se juega políticamente mucho en la interna de Israel. Cuando se produjo el ataque de Hamas, Netanyahu, acusado de estafa y corrupción, cargaba con 40 semanas de protestas por su plan de reforma judicial, por su mal gobierno y por su perpetuación en el poder. Con distintas estrategias que los regímenes parlamentarios toleran, Netanyahu es primer ministro desde 2009. Es quien más tiempo estuvo en el cargo -incluso más que el fundador del estado David Ben Gurión- porque para él mantenerse en el poder es la única posibilidad de no terminar en la cárcel. Su única opción es la victoria.
Pero ni el hambre, ni la muerte de bebés, ni más 50.000 toneladas de explosivos arrojados incluso contra hospitales y escuelas, han logrado menguar la resistencia palestina. Según cifras israelíes, en estos meses su ejército destruyó un 15% de los 1.500 túneles subterráneos que construyó Hamas. La segunda semana de enero, esa fuerza militar consideró un triunfo haber capturado un pasaje subterráneo de apenas 4 kilómetros y de 50 metros de profundidad: nada si se tiene en cuenta los 500 o 600 kilómetros de longitud que tienen los túneles. El pasado 18 de enero, un informe del Modern War Institute de West Point titulado: “La clandestinidad de Gaza: toda la estrategia político-militar de Hamas se basa en sus túneles” asegura que las construcciones bajo tierra tienen una extensión de entre 350 a 400 millas (entre 560 y 640 kilómetros) y unos 5700 pozos o entradas.
Según Eduardo Luque, Israel “esperaba una campaña rápida, 3 o 4 semanas a lo sumo, y un nivel de bajas «aceptable» (…) la censura militar cuantifica el número de muertos israelíes en 560, aunque fuentes hospitalarias y de la oposición multiplican esa cifra por 5 (3.000 muertos sionistas y más de 15.000 heridos según las fuentes). Unos 3.000 de estos heridos son irrecuperables. La cantidad de lesionados que han perdido la vista o sufrido deformaciones faciales por el tipo de guerra que impone Hamás triplica las bajas en relación a conflictos anteriores”.
Mientras tanto los focos bélicos se diversifican y la carnicería contra los palestinos no se detiene ¿Cuánto más pude durar este horror?
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