Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo.
Cuando el Papa Francisco habla de los “santos de la puerta de al lado”, bien podemos aplicar esta expresión al recientemente beatificado Cardenal Eduardo Francisco Pironio. Hoy se celebra por primera vez su memoria litúrgica.
Como sacerdote desarrolló diversos servicios a la Iglesia: Rector del Seminario de Buenos Aires, asesor general de la Acción Católica Argentina. En 1964 fue nombrado obispo auxiliar de La Plata. Luego, administrador apostólico de la Diócesis de Avellaneda y obispo diocesano de Mar del Plata en 1972. Fue Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) desde 1967 a 1972, y a partir de ese año elegido Presidente del mismo organismo. Fue Secretario en la II Conferencia General del Episcopado de América Latina en Medellín en 1968; su Documento Conclusivo marcó el perfil de la Iglesia en el Continente. Participó también de las Conferencias Generales en Puebla (1979) y en Santo Domingo (1992).
En los años marcados por la violencia en nuestra patria visitaba permanentemente en las cárceles a sacerdotes, religiosos y laicos por lo cual fue amenazado de muerte en varias ocasiones.
En 1976 el Papa Pablo VI lo llamó a colaborar con él. En ese mismo año fue creado Cardenal Prefecto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares. En 1984 Juan Pablo II lo nombró presidente del Pontificio Consejo para Laicos. Al Cardenal Pironio se debe la organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud fuera de Roma; la primera fue en Buenos Aires en hombres de la Iglesia que no la hacen madre acogedora con algunas actitudes y gestos. Capaz de mover los corazones tristes y desesperanzados.
Un hombre que supo marcar las relaciones de amistad y cordialidad en lo concreto de cada persona, y a la vez mostrar rumbos en su Patria, en la Patria Grande y en la Iglesia Universal desde el Vaticano. Los diversos servicios que la Iglesia le encomendó los realizó todos con fervor y entrega generosa. Nada le resultaba pequeño ni demasiado grande, confiando siempre en la gracia que sostiene.
Enviado por Dios para iluminar tiempos de oscuridad en los que costaba ver con claridad. Fue realmente un ‘’hombre iluminado’’ que supo predicar de la esperanza en tiempos oscuros de la Patria. Se destacó por su amor a la Cruz, a la Virgen, a la Iglesia, a los jóvenes… Testigo por anticipado de la Pascua, hombre de esperanza que mueve al amor y seguimiento de Jesucristo.
Desde el 16 de diciembre pasado, con su beatificación la Iglesia nos lo presenta como intercesor y ejemplo de vida. En su Testamento Espiritual escribió: “Te doy gracias, Padre, por el don de la vida. ¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la Vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la Vida, como fuiste siempre mi Verdad y mi Camino”. Podés buscarlo en internet y leerlo completo. Es excelente para un momento de oración.
Con su estilo sencillo y franco pudo expresar el amor de Dios por los humildes y sufrientes. La oración constante, la esperanza en la Palabra de Jesús y la devoción de la Virgen María le permitieron aceptar dolores y postergaciones.
Cuando viajaba a la Argentina, su presencia, sin publicidad, convocaba a miles de personas y su palabra tenía un efecto sanador en quienes lo oían hablar del amor a Cristo y a la Iglesia.
Te comparto unos pocos párrafos de sus escritos o predicaciones. Son para meditar.
“Sean testigos de esperanza. No profetas de calamidades. Ciertamente que el momento que vivimos es difícil. Pero está lleno de la presencia del Señor Resucitado y de la potencia transformadora del Espíritu… No tengamos miedo. No contagiemos pesimismo o desaliento.”
“Una fe profunda, iluminada por los dones del Espíritu Santo, les hará penetrar sabrosamente los misterios de Dios y su Palabra y les hará descubrir la presencia amorosa del Padre en las cosas cambiantes de la historia.”
“Las exigencias urgentes del momento reclaman, de todos los miembros de la Iglesia, generosidad de presencia y de servicio, el gozo de la austeridad y la valentía del testimonio.”
“Nos hace falta a todos vivir en la esperanza (ser «alegres en la esperanza»: Rom 12, 12), respirar en la Iglesia un clima más hondo de esperanza, predicarla a los hombres (sobre todo, a los jóvenes) como modo de ser cristianos y de superar los momentos difíciles. Se nos pide ser verdaderamente los «testigos de la resurrección». Quien ha conocido deveras a Jesucristo no puede vivir «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2, 12).”
“Mientras tanto, la Iglesia que nosotros formamos es la Iglesia del tiempo, la Iglesia imperfecta, la Iglesia pecadora. Es una Iglesia que va haciéndose. Por eso no nos escandalicemos ante sus debilidades y pecados. Somos la Iglesia de la peregrinación. Pero, precisamente porque estamos en camino, tenemos que ir caminando nosotros también. La Iglesia no está hecha del todo y la tenemos que ir haciendo cada día.”
@MonseñorJorgeLozano
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