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Sociedad Sucesos

Iglesia y dictadura: Los documentos que confirman la complicidad de los obispos.

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Iglesia y dictadura: Los documentos que confirman la complicidad de los obispos.

El segundo tomo de La verdad los hará libres, la investigación encargada por el Episcopado y basada en archivos oficiales desclasificados, detalla que las autoridades eclesiásticas estuvieron al tanto, desde el comienzo de la dictadura, de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por los militares. 

La Iglesia argentina supo desde 1976 sobre los crímenes de la última dictadura. La conclusión surge de La verdad los hará libres, una investigación encomendada por la Conferencia Episcopal Argentina sobre el rol de la institución frente a las violaciones a los derechos humanos bajo el terrorismo de Estado. En la segunda entrega de este trabajo, elaborado en base a los archivos oficiales, editado por Planeta y puesto en circulación hace algunos días –el primer tomo vio la luz a mediados de febrero–, los autores reconocen que desde los meses inmediatamente posteriores al golpe de Estado del 24 de marzo del 76 el Episcopado contaba con “suficiente información” sobre secuestros, torturas, centros clandestinos de detención, asesinatos y desapariciones. Y también que prefirió el diálogo institucional y privado con las autoridades genocidas para canalizar “reclamos” al respecto, un “gobierno” que “permaneció imperturbable en su política criminal y condujo en base a la mentira una estrategia con la CEA. ¿Cómo algunos obispos tan experimentados en la conducción no fueron capaces de darse cuenta? ¿Cómo fue posible dejar esa herida abierta en la Iglesia y la sociedad argentina?”, concluyen los autores con interrogantes que no tienen respuesta pues, claro, quienes podrían darlas, dirigentes eclesiásticos de entonces como Raúl Primatesta, Adolfo Tortolo, Juan Carlos Aramburu o Antonio Plaza, cuya complicidad con el plan sistemático de exterminio quedó evidenciada, ya están muertos.

“La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado”, se subtitula el segundo tomo del trabajo encomendado por el Episcopado a un grupo de teólogos e historiadores como Carlos María Galli, Luis Liberti, Juan Durán y Federico Tavelli, entre otros. La obra busca ser una especie de “revisión” del comportamiento de la Iglesia y sus organismos, tanto locales como en El Vaticano, en relación a lo que la institución prefirió identificar como “la espiral violencia política” del período 1966-1983.

El segundo tomo está exclusivamente dedicado al análisis de los archivos de la CEA y el archivo de la Santa Sede, incluida la Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia y la Nunciatura en Buenos Aires. Según los responsables de la tarea, “por primera vez” se accede y estudia “de forma integral” este acervo que, no obstante, no fue puesto a disposición del público.

Al cierre de poco más de 800 páginas, los autores concluyen que“una síntesis no novedosa, aunque comprobada documentalmente es que el cuerpo colegiado de obispos argentinos no estuvo a la altura de los acontecimientos”. Para la investigadora de Conicet Soledad Catoggio, el material es “un avance muy importante” en términos de la información “respaldada con documentos” sobre el comportamiento de la Iglesia durante la última dictadura. La autora del libro Los desaparecidos de la Iglesia. El clero contestatario frente a la Dictadura indica que allí, en esa línea de reconocimiento, se “define muy bien” el peso del trabajo: “Siempre se supo que las autoridades de la Iglesia hablaban con los militares. Tener un primer acceso al contenido de esas reuniones, aunque sea mediado, es un gran primer paso. Ahora necesitamos que el acceso a esa documentación sea público”, remarcó.

Con información, sin reacción

Para mediados de 1976, los obispos de la CEA sabían, en mayor o menor medida, que el “gobierno argentino”, como decidieron nombrar a la dictadura en el libro, estaba secuestrando y torturando gente, y que a esa gente sus familiares les perdían el rastro, o los hallaban asesinados. También lo sabía el nuncio Pio Laghi, encargado del vínculo entre las autoridades eclesiásticas argentinas y El Vaticano.

“Para las autoridades comenzó a ser evidente que un número tan elevado de víctimas no podía entenderse sin una intervención organizada de la dictadura”, plantean los investigadores en la introducción a uno de los capítulos más jugosos de la investigación, al que titularon “El terror”. “Ellos fueron concientes de que haber actuado en silencio había deteriorado su propia imagen”, postulan luego.

La información llegaba por diferentes vías: “Los obispos, individualmente o en forma colegiada, recibieron numerosos pedidos para que intervinieran ante las autoridades gubernamentales en favor de los detenidos y desaparecidos”, a través de cartas, entrevistas, confección de listas.

Las actas secretas 

Los “diálogos” entre Iglesia y dictadura comenzarían a estar enmarcados en una Comisión de Enlace, serían secretos y no llevarían a buen puerto. La Comisión de Enlace fue un “canal reservado de comunicación entre representantes de la dictadura y la comisión ejecutiva de la CEA”, que se fundó en septiembre de 1976.

El objetivo de la Comisión era discutir puertas adentro los “problemas irritantes” antes de que causaran fricciones en la relación dictadura-Iglesia. Es decir, no se creó con el objetivo de obtener respuestas de cara a los cientos de reclamos de personas que acudían a representantes de la institución en busca de ayuda. Según el libro, entre noviembre de 1976 y octubre de 1981 hubo 22 reuniones de esta comisión entre diferentes representantes de la dictadura y dos representantes de la CEA: Carlos Galán, secretario general del Episcopado, y Justo Laguna, entonces obispo de San Isidro. “El tema de las violaciones a los derechos humanos estuvo presente en 19 de las 22 reuniones”, postula la investigación.

Emilio Mignone –fundador del Centro de Estudios Políticos y Sociales– fue quien denunció la existencia de esta Comisión y reclamó la apertura de las actas de estos encuentros. Sabíamos que hablaban de los desaparecidos, pero nunca lo habíamos podido documentar”, mencionó Catoggio, quien destaca “el hecho de que sea la propia institución la que da este paso es un montón. Ahora sabemos que esos documentos están, que son seguramente muchos más de los citados en la investigación. Queremos verlos”.

En las actas, todas confeccionadas por Galán, queda plasmado el tono diplomático del diálogo entre el Episcopado, que planteaban en el ámbito privado que sabían lo que estaba ocurriendo, y los representantes de la dictadura, quienes en un principio negaron que secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones fueran parte de su “plan de lucha contra la subversión”, y rápidamente pasaron a justificarlos sin demasiados argumentos.

Sin ir más lejos, en la quinta reunión de la Comisión de Enlace, en diciembre de 1977, el secretario de la Marina Eduardo Fracassi admitió operativos en el marco del plan sistemático, métodos de “ablande” para los detenidos e incluso asesinatos: “Admitió que los guerrilleros son muertos y que luego se los hace aparecer como muertos en alguna acción de calle”, según el extracto de una de las actas mencionadas en el libro. Ante esta “confesión”, los obispos discutieron qué hacer. Aramburu prefirió dudar de los dichos del marino, Tortolo lo justificó al mencionar que «al Estado le es lícito defenderse». Jaime De Nevares reconoció la gravedad: «Entonces el fin justifica los medios. Hay documentación suficiente para saber que se tortura». 

Silencio atronador

Un encuentro fundamental para comprender el rol de la Iglesia en el terrorismo de Estado tuvo lugar durante la asamblea de la CEA en mayo de 1977, en San Miguel. Asistieron tres representantes de la Junta Militar para “dialogar” con los 57 obispos reunidos sobre los métodos implementados en la “lucha contra la subversión”. Según las actas, el más efusivo fue el genocida Roberto Viola. “La victoria a la que aspiran las fuerzas no puede alcanzarse sin el apoyo de la Iglesia”, les dijo a los obispos. “La actitud de la Iglesia hacia el Proceso y más específicamente hacia la lucha ha sido de comprensión. Y más aún, ha significado un silencioso e invalorable apoyo”, concluyó.

El general Luciano Jáuregui prometió que no se realizarían acciones que afectaran lugares de culto. Meses después vendrían los secuestros de la Iglesia de la Santa Cruz, de donde se llevaron a las Madres de Plaza de Mayo, para luego secuestrar a las religiosas francesas Leonie Duquet y Alice Domon. Ya habían pasado los asesinatos del obispo Enrique Angelelli, los curas de La Rioja y los palotinos de San Patricio. Luego vendría el “accidente” de Carlos Ponce de León. Para cerrar la exposición, los generales les exhibieron a los obispos una “película-documental” que hablaba sobre la “infiltración marxista” en la Iglesia y les exigieron “colaboración” para erradicarla.

A lo largo de los años del genocidio, algunos documentos públicos de los obispos criticaron los métodos de la dictadura, sin condenarla del todo ni exigir el regreso a un orden democrático. La investigación de la CEA considera como “una de las claves” respecto de su accionar limitado frente a los crímenes de lesa humanidad lo que Primatesta -quien la presidió entre 1976 y 1982- sostuvo como excusa a fines de 1983: “Si no hablamos más fuerte o públicamente no ha sido por connivencia con métodos que repugnan a la concepción cristiana del hombre, sino por no añadir un elemento más de confusión o desorden que hubiera llevado al país al caos”. El silencio habla a los gritos. 

@Página12 / Ailín Bullentini.

/Imagen principal: Eduardo Longoni.

San JuanSucesos

Recuperaron siete vehículos en diferentes puntos de San Juan, cuatro con pedidos de secuestro de Mendoza

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Recuperaron siete vehículos en diferentes puntos de San Juan, cuatro con pedidos de secuestro de Mendoza

A través del SIFCOP, descubrieron que algunos rodados habían sido sustraídos de la vecina provincia.

Durante diferentes operativos, personal policial logró recuperar al menos siete vehículos con pedido de secuestro. Entre ellos, cuatro son de Mendoza.

El detalle:

En Rawson, secuestraron una camioneta Chevrolet S10 que tenía una chapa patente que no correspondía a dicho rodado. Tras inspeccionar el vehículo, confirmaron mediante el número de chasis que tenía pedido de secuestro de Mendoza, desde el 6 de julio del 2023 por el delito de Hurto agravado.

En Capital, más precisamente en Salta y Rivadavia, advirtieron la presencia de un auto y tras el pedido de datos, descubrieron que tenía pedido de secuestro de Godoy Cruz, Mendoza, desde el 20 de agosto del 2023.

Por tal motivo, se presentó un mecánico quien explicó que un hombre dejó el rodado en su taller y no había regresado a retirarlo.

En Rawson, recuperaron una Motomel Blitz, con pedido de secuestro por el delito de Hurto desde el 23 de abril del 2024, dependiente de la Comisaría 6ta.

En Rawson, inspeccionaron una moto con su estética nueva pero chapa patente vieja. Cuando verificaron el motor, la estampa se encontraba desgastada y los números no originales de fábrica. En consecuencia, radiaron la moto.

En un control en calle Sarmiento y La Laja, Albardón, un hombre que iba en una camioneta Ford F100, que no tendría papeles por cuestiones judiciales.

/DC

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Sucesos

María Cash: un abogado involucrado en la causa fue imputado por falso testimonio

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María Cash: un abogado involucrado en la causa fue imputado por falso testimonio

Un abogado que está involucrado en la causa que investiga la desaparición de María Cash, la joven de 29 años vista por última vez en Salta en julio de 2011, fue imputado este miércoles por falso testimonio

Se trata de Carlos Enzo Cuellar, un hombre que al comienzo de la investigación, hace ya 13 años, aseguró haber visto a la joven en la gruta Difunta Correa en General Güemes, Salta, cerca de las 17 horas del 8 de julio de 2011.

Sin embargo, las antenas de telefonía celular demostraron que Cuellar no se encontraba en ese sitio a esa hora, por lo que resulta inverosímil su declaración.

“Es falso que la vieron porque sus líneas telefónicas impactaban a esa hora en otro lugar”, dijo una fuente de la investigación sobre la declaración del ahora imputado y su hijo Hugo, quien había respaldado la versión de su padre.

El relato de Cuellar avalaba la versión del camionero Héctor Romero, quien sostiene que ese 8 de julio levantó a María a un costado de la Ruta Nacional N°34 -en la rotonda del cruce de Torzalito, en General Güemes, donde la joven de 29 años hacía “dedo”-, la dejó en el sector conocido como la Difunta Correa en el Paraje Palomitas, y luego siguió camino a Joaquín V. González.

Además de ser imputado por falso testimonio, Cuellar fue citado a indagatoria a pedido de la fiscalía que investiga el caso, en un expediente bajo la firma del Juzgado Federal de Garantías N°2 de Salta, a cargo de Mariela Giménez. 

La indagatoria a Cuellar es parte de las nuevas medidas impulsadas en las últimas dos semanas por la fiscalía. Se requirieron, además, las declaraciones de ocho testigos que vieron a María Cash el 8 de julio de 2011, el día en que fue vista por última vez, o supieron de sus movimientos aquel día.

Si bien “Romero (el camionero) fue la última persona que mantuvo contacto con María Cash”, aún no existen elementos suficientes para aseverar que él sea responsable de un crimen, señalan los investigadores, al tiempo que creen que se necesita de una hipótesis firme para investigar.

Por otro lado, los fiscales también ponen lupa sobre el testimonio de Miguel Segura, empleador de Romero, ya que sospechan que lo habría beneficiado con su declaración.

María Cash, diseñadora de indumentaria oriunda de Buenos Aires, desapareció en julio de 2011, cuando tenía 29 años. Tomó un colectivo en la terminal de Retiro con destino a Jujuy, y fue vista por última vez en Salta, el 8 de julio.

/P12

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San JuanSucesos

Médano de Oro: un policía pasado de copas atropelló de atrás a un ciclista y lo dejó mal herido

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Médano de Oro: un policía pasado de copas atropelló de atrás a un ciclista y lo dejó mal herido

El policía estaba en horario de trabajo. El siniestro fue el domingo por la noche. Ahora está preso a la espera de la audiencia en su contra.

Este domingo por la noche, cerca de las 23 horas, un ciclista fue atropellado de atrás por un automovilista en Médano de Oro. Este último terminó ser un agente de policía y un dato aún más grave, es que conducía en estado de ebriedad en su horario de trabajo.

Según informaron fuentes judiciales a Tiempo de San Juan, el agente de Policía Maximiliano Ochoa tenía 0.95g/l (gramos de alcohol por litro de sangre). Es más, este siniestro ocurrió cuando estaba trabajando. La información que tiene UFI Delitos Especiales es que estaba cumpliendo con un adicional en una escuela de las inmediaciones.

Este caso, que está en manos de la ayudante fiscal Gemma Cabrera y el fiscal Francisco Pizarro de UFI Delitos Especiales N°2, tiene otros datos muy relevantes. Uno de ellos son las explicaciones que dio el uniformado tras el siniestro.

Según dijeron desde la UFI, el policía manifestó que él había salido de su adicional para “ir a buscar agua caliente a su casa” y que el ciclista venía por el sentido contrario, algo que no cuadra para los investigadores porque con la información hasta ahora, Criminalística dice que la bicicleta recibió el impacto de atrás.

Fuera de toda la polémica del policía, un dato por demás importante es el estado de salud del ciclista, identificado como José Luis Salazar. Está internado en el Hospital Rawson en estado crítico, informaron. Sufrió un traumatismo encéfalo craneal (TEC) moderado con perdida de conciencia y politraumatismos.

/TSJ

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