Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo.
Cuando fui párroco disfrutaba visitar a las familias en sus casas; y ahora, aunque con menor frecuencia, intento realizarlo cada tanto; es hermoso. Poder compartir unos mates, escuchar historias de vida. Especialmente presto atención cuando hay un anciano en la casa. He podido escuchar historias maravillosas e impactantes.
El desarraigo provocado por traslados de un continente de origen a otro desconocido, en transportes incómodos e inseguros. Aprender nuevos idiomas y costumbres, oficios y trabajos. Tiempos de privaciones y pobrezas. Lazos familiares guardados en el recuerdo con la incertidumbre de quiénes aún estarán con vida.
Más doloroso todavía es el recuerdo de quienes vivieron guerras o persecuciones y debieron escapar con lo puesto.
He podido escuchar también a quienes prosperaron en algún emprendimiento con esfuerzo y trabajo duro. Empezar desde abajo y generar una empresa que tiene su lugar en la sociedad y brinda posibilidades de trabajo a unas cuantas personas.
Historias que con diversos matices están en muchas de nuestras familias. Haciendo memoria seguramente vos podrías añadir varias experiencias.
Y qué no decir de nuestras Parroquias y Colegios, Movimientos e Instituciones. Hace un par de años en una parroquia expusieron en una muestra fotográfica momentos de la historia de la Comunidad. Especialmente se destacaban imágenes del Templo destruido durante el terremoto de 1944, y las obras que llevaron unos cuantos años para construir el nuevo, inaugurado un par de décadas después. Muchos que ya murieron, y otros que forman parte del presente.
Hoy son abuelas y abuelos que en su juventud y vida adulta se entregaron con generosidad en tiempos de siembra para que hoy tengamos frutos y, recogiendo su testimonio, volvamos a esparcir semilla con el corazón abierto al futuro.
Por eso es tan importante reconocernos como parte de un pueblo en marcha, que no empieza y termina hoy su vida. Nos dice Francisco en su Mensaje que “quien se concentra sólo en lo inmediato, en conseguir beneficios para sí rápida y ávidamente, en tener ‘todo enseguida’, pierde de vista el actuar de Dios. Su proyecto de amor, por el contrario, atraviesa pasado, presente y futuro, abraza y pone en comunicación las generaciones. Es un proyecto que va más allá de nosotros mismos, pero en el que cada uno de nosotros es importante, y sobre todo está llamado a ir más allá”.
En muchas familias abuelas y abuelos dedican largas horas de la semana en cuidar a los nietos, jugar con ellos, ayudarles en alguna tarea de la escuela. Son los primeros catequistas (a veces, los únicos) enseñando las oraciones y hablando del cielo cuando irrumpe la muerte de alguien cercano. Son forjadores de esperanza. “Sí [afirma el Papa], son los ancianos quienes nos transmiten la pertenencia al Pueblo santo de Dios. Tanto la Iglesia como la sociedad los necesita. Ellos entregan al presente un pasado necesario para construir el futuro. Honrémoslos, no nos privemos de su compañía y no los privemos de la nuestra; no permitamos que sean descartados”.
En la cercanía de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús, celebramos en todas las Parroquias y Capillas del mundo a todos los que, con manos arrugadas por el trabajo, el esfuerzo, los años, siguen transmitiendo ternura que sostiene y fortalece.
@Monseñor Jorge Eduardo Lozano
/Fuente de imagen: Archivo