Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)
Habitualmente identificamos el cerebro con el pensamiento, y el corazón con el amor. Partiendo de esto, te propongo un sencillo ejercicio. El cerebro se ubica muy cerca de los labios, y de ellos para llegar al corazón hay que recorrer apenas unos 30 centímetros. Es muy importante para una vida coherente unir el pensamiento, el afecto y lo que decimos.
Por ejemplo, cuando rezamos verbalmente el Padrenuestro afirmamos la convicción de sabernos hijos de Dios y hermanos de toda la humanidad, cuestión que es importante expresarla también con el amor hacia aquellos que consideramos de la misma familia. Pero esto no es suficiente.
Volvamos a la métrica. De la parte superior del cuerpo hasta el bolsillo parece haber kilómetros y rutas inaccesibles. Profundos abismos y escarpadas cordilleras. Aquí se pone en juego la autenticidad de la coherencia para superar la retórica que hace “quedar bien”, mera fachada del vacío que se esconde.
En la Biblia, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos muestra a los primeros cristianos poniendo todo en común y atendiendo a las necesidades de los más pobres y excluidos. Y esta práctica no sólo promovida entre las personas de la misma comunidad, sino también entre las de diversas geografías. Así, vemos a San Pablo organizando una colecta entre las iglesias ubicadas en ciudades más prósperas para auxiliar a las más pobres de Jerusalén.
Con el tiempo se ha ido perdiendo esa conciencia, junto al abandono de la intensa actividad misionera y la disponibilidad a la entrega generosa de la vida. Una manera más cómoda e inocua de vivir la fe fue reemplazando a la audacia y la confianza en la Providencia de Dios.
Es necesario sostener entre todos lo que es de todos. Te cuento algo que me pasó, hace ya muchos años, visitando una parroquia. Fui con tiempo suficiente para conversar con el párroco que me planteó una necesidad. El vehículo que tenía estaba ya bastante gastado y hacía falta renovarlo para poder cubrir su extensa Parroquia, con unas cuantas comunidades. Me presentó entonces un proyecto para solicitar dinero para tal fin a una organización de la iglesia alemana. Al terminar la celebración de la misa me dediqué a saludar a la feligresía en la puerta del templo. Allí pude observar que quienes regresaban a sus casas abordaban autos y camionetas bastante nuevas y, algunas, costosas. Al volver a la sacristía le dije al párroco “¿por qué pedir a los católicos de Alemania lo que pueden poner los fieles locales?”. Con un 2% del valor de los vehículos que estaban estacionados para una sola de las misas sobraba dinero para cambiar el de la propia parroquia.
Al domingo siguiente el mismo sacerdote comentó esto al terminar la misa. Con el Consejo de Asuntos Económicos se organizaron para dar impulso a la propuesta. En un mes habían reunido el dinero necesario.
A los obispos, sacerdotes, diáconos y otros agentes pastorales nos cuesta hablar con franqueza de las cuestiones económicas. Nos da cierto pudor o vergüenza, pero tampoco damos cabida a los laicos para que lo hagan.
A esto se suma que más de la mitad de las Parroquias de la Arquidiócesis (me animo a decir que del país) no tienen formado el Consejo de Asuntos Económicos, y las que sí lo han convocado, no siempre funcionan de modo adecuado.
La falta de Catequesis sobre el Precepto del sostenimiento del culto hace que se instalen algunos mitos. Entre ellos, los más frecuentes son que los sacerdotes reciben su sueldo del Estado o del Vaticano; que las parroquias no tienen los gastos habituales de las familias de energía eléctrica, gas, internet y otros servicios; que los libros de catequesis son gratuitos; que el combustible que utilizan va de regalo; y otras cosas más en las cuales no abundo en razón de la brevedad.
Una de las actitudes evasivas que a veces he escuchado es “que primero pongan otros”. La avaricia de los ricos no puede ser excusa que justifique la falta de compromiso personal.
Es bueno preguntarnos “¿cómo es mi vínculo con el dinero?”.
San Pablo nos dice que debemos cuidarnos de la avaricia para no caer en la idolatría del dinero. Es bueno dejarnos interpelar por las enseñanzas en la Palabra de Dios acerca de lo económico: “Dios bendice al que da con alegría”, “Hay más alegría en dar que en recibir”, “Lo tenían todo en común”, “La avaricia es una idolatría”, “No se puede servir a Dios y al dinero”.
Este fin de semana en todas las iglesias de la Argentina estamos realizando esta campaña de conciencia y compromiso con el sostenimiento de la misión evangelizadora que todos tenemos por ser bautizados.
Te propongo preguntar qué necesidad concreta hay en tu comunidad.
En este día recemos por todos los hombres y mujeres que sufren a causa de no tener un trabajo digno. Feliz día del trabajo.
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