La imagen es célebre y es una foto perfecta de un momento clave. Detrás de un cartel alusivo a la Guerra de Malvinas se adivina un Ford Falcon, presumiblemente verde. De un lado están Julio y Federico Moura, del otro Stuka y Pil Trafa. Podría ser un acompañamiento al clima de la época pero era todo lo contrario: eran Virus y Los Violadores pateando el tablero, metiendo una cuña en un movimiento que empezaba a entender que no estaban todos en la misma balsa, que todo oleaje artístico implicaba un oleaje de ideas, posturas y visiones. El rock local ya tenía discusiones estéticas, pero dos de sus referentes de comienzos de los ’80 estaban decididos a instalar una discusión ideológica.
Es injusto llamar «colaboracionistas» a quienes participaron con la mejor voluntad del Festival de la Solidaridad Latinoamericana, pensando en los pibes que morían en el sur antes que en la conveniencia de la dictadura, que por primera vez posaba sus ojos en los artistas jóvenes sin considerarlos un peligro cultural. Ocurre que ambas bandas tenían sus razones para salir con los tapones de punta: los Moura tenían un hermano, Jorge, chupado por los Grupos de Tareas en La Plata; Los Viola cargaban con incontables detenciones y palizas de la policía.
Pero además esos dos grupos tenían razones para desconfiar del propio movimiento rock. Virus estaba habituado a tener que esquivar monedazos, naranjazos, botellazos, lanzados por el mismo público que vestía chalecos de jean con el símbolo de la paz pintado en la espalda; Los Viola recibían el desprecio de la prensa que los veía como punks tardíos, como si el apego a formas setentosas cuando ya corrían los ’80 no fuera también un ejercicio tardío. Visto en retrospectiva, Virus y Los Violadores no podían tomar otra posición frente a lo que estaba sucediendo. Si a muchos rockeros les costaba digerir que la guerra y la muerte propiciaran una difusión inédita del puñado de discos lanzados hasta el momento, para los Moura, para Pil y Stuka, todo era un circo asqueante.
Todas esas cosas, esos recuerdos, vuelven ante la muerte de Pil. Un tipo que tanto podía pasear sus borracheras por reductos porteños como sostener largas conversaciones donde demostraba sus amplias lecturas, su capacidad de análisis, su inteligencia. Pil no era un loquito punk. No era Sid Vicious. Estaba más cerca del compromiso político de Joe Strummer que del nihilismo de Johnny Rotten. Quien quiera interpretar a Los Violadores como un gesto vacío, una replicación de un punk ya en retirada, estará cometiendo una injusticia similar a la de tachar a quienes estuvieron en el festival de la cancha de rugby de Obras, pasando por alto a Pil aullando «Represión» en un país cíclicamente represivo. Un tipo que cantó esas cosas no desde la comodidad del observador sino desde la siniestra experiencia de estar cagado a palos en un calabozo.
Se murió Pil, que sobrevivió a tantos fantasmas propios, a tanto exceso, a tanta vida en el filo. Y el rock argentino -no el rock «nacional», esa definición incompleta- suma otro dolor a una cadena tan pesada como las represiones que lo acosaron.
Fuente: Página 12// Eduardo Fabregat.
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